Fragmento del texto: Introducción del gran Otro. En: Lacan, J. (1983). El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica. Buenos Aires: Paidós, p. 356.
Le hice la pregunta a un eminente filósofo, uno de los que vinieron este año a darnos una conferencia. El se ha ocupado mucho de la historia de las ciencias, y formuló sobre el newtonismo las reflexiones más pertinentes y profundas que pueda haber. Cuando nos dirigimos a personas que parecen especialistas, siempre nos decepcionamos, pero verán que yo no me decepcioné en realidad. La pregunta no pareció presentarle demasiadas dificultades. Me contestó: Porque no tienen boca.
En primera instancia, me decepcioné un poco. Siempre que uno se decepciona, está equivocado. Nunca hay que decepcionarse de las respuestas que se reciben, porque si uno se decepciona, estupendo, prueba de que fue una verdadera respuesta, es decir, aquello que precisamente no esperábamos.
Comentario:
En su Seminario sobre el yo, Lacan cuenta que le hizo a un eminente filósofo —se sabe que se trataba de Alexandre Kojève— la siguiente pregunta: “¿por qué no hablan los planetas?”. La respuesta que recibió fue: “Porque no tienen boca”.
Dice que al principio la respuesta lo decepcionó, pero que luego se percató de que nunca hay que decepcionarse de una respuesta, menos de aquella que no se espera, porque esa es justamente una verdadera respuesta.
La respuesta de Kojève pone de manifiesto la pregunta acerca de las leyes que rigen la naturaleza. Como afirma Vappereau, no hay leyes en la naturaleza. Lo que solemos asumir como tal son leyes simbólicas, fórmulas matemáticas que intentan hacer hablar lo que no tiene boca pero acontece y, por tanto, nos llama a su lectura.
Pero imaginemos por un segundo que los planetas sí tuviesen boca e hicieran parte del universo simbólico en el que nosotros habitamos. ¿Estarían tranquilos con lo que decimos y escribimos sobre ellos? Parece muy fácil la exactitud cuando aquello que se estudia guarda silencio sobre los juicios que hacemos sobre sí, basados en las descripciones que traducimos en leyes simbólicas, rigurosas, por su puesto, pero que a pesar de predecir nunca responderán de manera definitiva las preguntas relativas al origen, el fin o lo que algo es.
Piensen en nuestro amigo Plutón, al que vemos en la foto que dejo más abajo. Después de mucho tiempo de ostentar el lugar de noveno planeta del Sistema Solar, en 2006 recibió un golpe letal al perder ese estatuto a partir de la redefinición que se hizo de lo que, según nuestras leyes simbólicas, debería ser un planeta.
Imaginen a Plutón preguntándose ¿qué quiere el Otro de mí? ¿Qué he hecho para merecer esto? Imagínenlo demandando a Mike Brown, uno de los principales responsables de su “caída”. Imagínenlo reclamando sus derechos. Imagínense que intenta, con el lenguaje, colmar el sinsentido constituyente de su falta en ser.
Bueno, ocurre que nuestra clínica acontece con quiénes tienen boca. Así que suponer que puede tratárseles como a planetas, sometiéndolos a nuestras definiciones de un “deber ser” o reduciéndolos a datos estadísticos resulta cuando menos ingenuo.
A diferencia de los planetas ellos se saben hablantes. Y su mayor imposibilidad no radica en su falta de saber, pues esa es la fuente de sus posibilidades de invención, sino en que buena parte de las veces no saben cómo soportar lo que saben y cómo hacer con ello.
John James Gómez G.