viernes, 30 de agosto de 2019



Fragmento del texto: El psicoanálisis y su enseñanza. Lacan, J. (2008). En: Escritos 1. Argentina: Siglo Veintiuno Editores, 2ª ed., pág. 147. [Primera parte del comentario]


El hecho de llenarse la boca con la palabra “científico”, y aun con la palabra “biológico”, que están, como todas las palabras, al alcance de todas las bocas, no les hace ganar un solo punto más en ese camino, ni siquiera a los ojos de los psiquiatras, a quienes su fuero interno no deja de avisarles sobre el alcance del uso que hacen ellos mismos de estas palabras en gestiones igualmente inciertas.


Comentario:

Probablemente para ustedes, como para mí, no sea extraño escuchar la convicción con la que en ocasiones hay quienes creen estar haciendo “verdadera ciencia” cuando usan la palabra “mente”. Se la asocia con el cerebro, como si en él estubiese ubicado efectivamente su lugar de residencia. Se la opone además a la "poco científica" palabra “alma”, por considerar que ésta última se refiere a algo místico que solo existe en las palabras de los creyentes y por lo cual no amerita el menor interés cuando se hace “veradera ciencia”. 

Por tanto, suponer que dejar de hablar del vocablo “psique” en tanto que “alma” para hablar en su lugar de la palabra “mente”, aparentando una supuesta cientificidad necesaria, se ha convertido en el caballito de batalla de los operadores de buena parte del conjunto de las terapias “psi”; especialmente aquellas que buscan, a como dé lugar, hacerse pasar por científicas buscando encontrar palabras en los cerebros. 

Al respecto habría que decir, en primer lugar, que no existe diferencia alguna entre alma y mente en cuanto a su materialidad. ¿Qué nos autoriza a suponer que la mente es menos abstracta que la palabra alma o que su materialida es biológica a diferencia de la materialidad del lenguaje en la que se soporta la palabra alma? Nada. Ambas son palabras. Su única materialidad es la que el lenguaje les confiere por hacerlas existir en los intercambios significantes entre los seres hablantes. Tratar de encontrarlas en el cerebro resulta inevitablemente infructuoso.

Eso no ha evitado que en un afán de cientificismo se produzcan algunas falacias epistemológicas. Por ejemplo, la de hacer equivaler las operaciones nerviosas, los intercambios electroquímicos de las neuronas y las imágenes producidias por los servomecanismos que escanean la actividad cerebral, a lo psíquico. Incluso se habla de “psicofármacos”, lo cual no deja de ser un modo engañoso de hablar, en realidad, de “neurofármacos”, pues sus efectos operan directamente sobre la actividad electroquímica del sistema nervioso y no sobre la vida psíquica. Si algún medicamento mereciese el calificativo “psicofármaco”, tal vez serían los placebos que producen efectos subjetivos a partir de las creencias sostenidas en la materialidad del significante. 

Lo que resulta necesario aclarar, entonces, es que el cerebro y la vida psíquica no son la misma cosa y que lo segundo es irreductible a lo primero a pesar de que sea uno de sus soportes, por lo cual, su tratamiento requiere poner en juego la materialidad que le es propia y que no se reduce a la química cerebral en tanto que se trata, sobre todo, de los efectos del lenguaje sobre un cuerpo que no es puramente biológico. 

John James Gómez G. 

¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....