Fragmento del texto: “La ciencia y la verdad”. Lacan, J.
(1966). En: Escritos 2. Argentina: Editorial Siglo XXI, 2ª ed. 2008, pág. 828.
[Cuarta parte del comentario]
Con este comentario entraremos en receso hasta la primera
semana de agosto.
“Digamos que el religioso le deja a Dios la carga de la
causa, pero que con ello corta su propio acceso a la verdad. Así, se ve
arrastrado a remitir a Dios la causa de su deseo, lo cual es propiamente el
objeto del sacrificio. Su demanda está sometida al deseo supuesto de un Dios al
que entonces hay que seducir. El juego del amor entra por ahí.
El religioso instala así la verdad en un estatuto de
culpabilidad.”
Comentario:
Si el cuerpo erógeno, es decir, aquel que responde al
concepto fronterizo entre lo somático y lo anímico, definición que Freud dio de
la pulsión, es al mismo tiempo uno y dos, organismo y lenguaje, no puede
suponerse a lo uno causa de lo otro, como sí se lo supone cuando se toma la vía
aristotélica de la relación entre los cuerpos.
Había mencionado en el comentario anterior que en el
pensamiento aristotélico la relación entre los cuerpos es siempre de
continente/contenido. El continente define, en algunas ocasiones, la forma que
tomará el contenido –así como un vaso (continente) define la forma que tomará
el agua (contenido)–, y las relaciones de los elementos que constituyen el
contenido determinarán hasta cierto punto su propio funcionamiento en el marco
que les posibilita el continente. En el caso de las disciplinas que hacen parte
de lo que se ha denominado “campo psi”, dicho modo de pensamiento corresponde
al modelo de las neurociencias cognitivas y de las psicologías conductuales. Sin
embargo, como es ampliamente sabido, no hay prueba ninguna de la causalidad del
organismo (continente), sobre lo psíquico (contenido), salvo cuando hay un daño
o alteración de la estructura orgánica misma, por ejemplo, una lesión cerebral;
solo que allí lo que se afecta tampoco es lo psíquico en un sentido estricto, sino, el
funcionamiento orgánico como tal, razón por la cual este tipo de patologías relacionadas con lesiones cerebrales se
descartan en la clasificación psiquiátrica, pues corresponden a enfermedades
médicas. Es por eso que cuando se aborda lo que hoy se llama “salud mental”, no
se habla de enfermedades sino de trastornos, es decir, de algo que está en una posición
inadecuada en relación con lo que sería su “buena posición”; algo girado, tornado,
en relación con su correcta posición. Esto puede corroborarse mirando la biblia
psiquiátrica moderna: el DSM. Así las
cosas, se intenta hacer pasar un discurso moral por un discurso científico.
No es gratuito que cuando la psiquiatría surgió, lo hiciera como heredera de los
tratamientos morales que otrora eran agenciados por la Santa Inquisición.
Ahora, tomar la posición inversa sería suponer al contenido
como causa, es decir, que lo psíquico, siendo contenido del organismo, podría
ser la causa de lo que ocurre en este último. No obstante, este modo de
plantear las cosas es tan problemática como la que supone al organismo como
causa. Entonces, se desconocería que lo psíquico, en Freud y más aún con Lacan,
no es el mero resultado de una serie de funciones cerebrales.
En la perspectiva que el psicoanálisis aporta, lo psíquico es
la manera en que se manifiesta la fusión entre dos cuerpos, como habíamos
anticipado en el comentario anterior, a saber, organismo y lenguaje. En tal sentido,
no se ubica al lenguaje como un contenido insertado en un continente cerebral,
ni a lo psíquico como el resultado de las relaciones entre diferentes partes de
ese sistema nervioso que encontraría su máxima expresión en el lóbulo
frontal-prefrontal. Evidentemente el organismo existe, pero lo hace en la misma
dimensión que el lenguaje; ambos son cuerpos, ambos tienen materialidad. Así
las cosas, de acuerdo con el pensamiento estoico antiguo, no puede suponerse a
uno como causa del otro, sino a uno y otro, al mismo tiempo, como materialidades
que se fusionan hasta en su más íntimos confines y dan soporte estructural a
ciertos acontecimientos que denominamos psíquicos o, también, a lo que llamamos
“sujeto”. De este modo, en lo que concierne a la causa, ella está perdida. Hay
una “Evicción del origen”, título de un fantástico libro de Guy Le Gaufey .
Vivimos en una orfandad genésica. Esa causa perdida, que no es otra que la del
agujero como falta, agujero que es al mismo tiempo un objeto incorporal y como
tal irrepresentable, es, como dice Lacan: “la causa del inconsciente –y
adviertan que en este caso la palabra causa
debe ser entendida en su ambigüedad, causa que defender, pero también función
de la causa a nivel del inconsciente–, esta causa ha de ser concebida intrínsecamente
como una causa perdida. Es la única posibilidad que tenemos de ganarla.”[1]
John James Gómez G.
[1] Lacan, J. (1964). Los cuatro conceptos
fundamentales del psicoanálisis. El Seminario, libro 11. Buenos Aires:
Editorial Paidós. 1987, pág. 134.