jueves, 26 de enero de 2017

Fragmento del texto: Carta de disolución, del 5 de enero de 1980. Lacan, J. (1980). En: Seminario 27. Versión crítica. Establecimiento del texto, traducción y notas: Ricardo E. Rodríguez Ponte. Escuela Freudiana de Buenos Aires. http://www.e-diciones-elp.net/images/secciones/seminario/LACAN-DISOLUCION-VC-RRP.pdf
[Primera parte del comentario]

“Demostrando en acto que no es por su empeño que mi Escuela sería Institución, efecto de grupo consolidado, a expensas del efecto de discurso esperado de la experiencia, cuando ella es freudiana. Se sabe lo que ha costado, que Freud haya permitido que el grupo psicoanalítico prevalezca sobre el discurso, se vuelva Iglesia.”

Comentario:

Como anuncié antes de entrar en el receso, continuaremos abordando el tema que nos ocupó durante los últimos cuatro comentarios, finalizando el año 2016. Para ello, he elegido otro fragmento del mismo texto: Carta de disolución, escrita por Lacan alrededor de un año antes de su muerte y con la cual daba por concluida la existencia institucional de su escuela. Cuando, en 1964, redactó el acta de fundación, inició el documento con un enunciado que no deja de ser un lamento, una queja, es decir, una demanda de amor: “Je fonde – aussi seul que je l’ai toujours été dans ma relation à la cause psychanalytique –l’École Française de Psychanalyse…”[1], “Yo fundo –tan solo como siempre lo he estado en mi relación con la causa psicoanalítica– la Escuela Francesa de Psicoanálisis…”. No he omitido el Yo (Je) con el que inicia su enunciado en Francés, como regularmente puede verse en las diversas traducciones existentes, porque, a pesar de que pueda ser prescindible al realizar la traducción al español, quedando incluido de manera implícita en la primera persona del verbo “fundo”, se excluye, con ello, la presencia de ese Yo (Je) de Lacan que, como sujeto, habla de su mortificación.

¿Acaso es posible una relación con la causa psicoanalítica que no esté signada por “cierta” soledad? La experiencia analítica no deja de poner en escena que, allí, uno está íntimamente solo, mientras hay otro que nos hace suponer que algo, un saber, puede presentarse en nuestro interior, como viniendo desde afuera, es decir, como éxtimo. Lo que descubrimos entonces es una topología del sujeto, absolutamente moebiana. Entrar en análisis implica reconocer esa condición y estar dispuesto a asumirla. No hay conversación con esa otra persona que, mientras presta su oído, aparenta un saber que no posee y por el cual dejamos de huir para saber oír. Y no hay que confundirse, esa es precisamente la mayor virtud de su posición: saberse desprovisto de saber es lo que hace posible el despliegue de ese saber del cual el sujeto que sufre es portador. Si no se reconoce y se asume esa posición, tanto la que corresponde a  quien escucha como a quien llega para hablar de su mortificación, será inviable que se produzca esa experiencia a la que llamamos psicoanalítica.

Entonces, reconocerse en esa posición sería equivalente a dar inicio a las formaciones del inconsciente, es decir, a las formaciones de los psicoanalistas. No estoy convencido de que Lacan lo tuviese claro en el momento en que escribió su: “Yo fundo –tan solo como siempre lo he estado en mi relación con la causa psicoanalítica…”. Sin embargo, su lamento pone de manifiesto que ese saber estaba ahí presente, incluso si todavía se encontraba velado por cierta opacidad. En ese momento, probablemente, dirigía su demanda de amor a quienes lo habían acompañado durante los diez años precedentes en su seminario, pero también aparecía como un ruego dirigido a quienes hacían parte de la escuela (IPA) que Freud había fundado, de la cual fue excluido, siendo lanzado a su suerte, acompañado sólo por su soledad. De lo que sí estoy convencido es de la mortificación que esa soledad le conllevaba. Es la misma que, de alguna manera, acogemos en algún momento cada uno de nosotros, quienes elegimos dar lugar a una relación con esa causa, que es siempre una causa perdida, como recordaba Lacan en su seminario sobre los conceptos fundamentales, y que nos lleva a asumir esa soledad inexorable, es decir, inevitable y que no se puede vencer con ruegos, anclada en el hecho de que no hay relación sexual. Es así que, cuando del psicoanálisis se trata, LA Escuela, así, con mayúscula, tiene el mismo estatuto lógico de LA Mujer. Y si se intenta hacer consistir a LA Mujer, o a LA Escuela, la consecuencia lógica es la constitución de una iglesia. 

John James Gómez G.

¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....