domingo, 4 de diciembre de 2016

Fragmento del texto: Carta de disolución, del 5 de enero de 1980. Lacan, J. (1980). En: Seminario 27. Versión crítica. Establecimiento del texto, traducción y notas: Ricardo E. Rodríguez Ponte. Escuela Freudiana de Buenos Aires. http://www.e-diciones-elp.net/images/secciones/seminario/LACAN-DISOLUCION-VC-RRP.pdf
[Tercera parte del comentario]

                                                    
“Hay un problema de la Escuela. Esto no es un enigma. Por lo tanto, yo allí me oriento, no demasiado pronto. Ese problema se demuestra tal, por tener una solución: es la dis ― la disolución.” […] “Que baste con uno que se vaya, para que todos estén libres, es, en mi nudo borromeo, verdadero de cada uno, es preciso que este sea yo en mi Escuela.” […] “O sea para un trabajo, lo he dicho ― que, en el campo que Freud ha abierto, restaure el filo tajante de su verdad ― que devuelva la práctica original que él ha instituido bajo el nombre de psicoanálisis al deber que le corresponde en nuestro mundo ― que, por una crítica asidua, denuncie en él las desviaciones y los compromisos que amortiguan su progreso al degradar su empleo. Objetivo que mantengo. Es por esto que yo disuelvo. Y no me quejo de los llamados “miembros de la Escuela Freudiana” ― más bien les agradezco, por haber sido por ellos enseñado, de dónde yo, he fracasado ― es decir me he embrollado. Esta enseñanza me es preciosa. Yo la aprovecho.”

Comentario:

¿Cómo sería posible pensar, entonces, en atención al fracaso de la Escuela como “dispositivo”, la formación de los psicoanalistas?

En lo que conocemos de la historia humana, la figura del maestro (maître/amo) ha estado presente como una constante. La antigüedad grecorromana, el budismo en oriente y la educación en la modernidad, son algunos de los ejemplos más próximos. Basta entrar en un aula de clase como estudiante, o verse enfrentado a asumir el lugar de “docente”, para hallarnos interrogados por la dialéctica del amo y el esclavo. Algunos, sin dudarlo, se entregan como esclavos, incluso aquellos que se autoproclaman rebeldes, pues no podrían sentirse llamados a la rebelión sino fuera porque hay un discurso del amo en el que se sospechan inscriptos. Otros, los docentes, palabra que deriva del vocablo latino doctoris (maestro, maître, amo) y este a su vez de doclre (enseñar)[1], fascinados por su sueño de advenir maestros (maître/amo), hacen de la relación con sus estudiantes un modo de ejercicio del poder a través del cual, antes que propiciar algún lugar para el deseo, lo aplastan, mientras se ostentan a sí mismos como únicos iluminados admitidos en el Olimpo del goce; como protopadres de alguna horda primitiva.   

Y es que en su fantasía, el neurótico reclama la presencia de un maestro, un amo del cual provenga el don por el cual, a su vez, él podrá, si cuenta con suerte, convertirse un día en alguna clase de maestro, es decir, en alguna forma de amo. Lacan no pudo evitar ocupar el lugar de maestro y, aunque no necesariamente fue un amo absoluto, como lo sugiere el título del libro, autoría de Mikkel Boch-Jacobsen[2], publicado en su traducción al español en el año 1995 y en su original en francés en 1991, hay que reconocer que los efectos derivados de la posición de maestro, en la que Lacan se encontraba para la mayoría de sus “discípulos”, están a la orden del día. La lectura del libro es, por cierto, enteramente recomendable.

La aspiración no es poca y lo que se está dispuesto a hacer, a veces de modo completamente irreflexivo, para obtener, por fin, la autorización, demuestra que algunos hacen de ello su-misión. Así las cosas, los maestros aparecen por doquier y, entre ellos, algún protopadre. Y en el afán por lograr su cometido, las identificaciones afloran, se fortalecen y hacen de la relación especular, matizada por las normatividades de la institución y el temor/admiración al amo más emblemático, el modo por el cual se "educan" buena parte de los psicoanalistas. 

En esa vía, la aspiración suele orientarse hacia el punto en el que pueda afirmarse, con orgullo, “soy psicoanalista”. No obstante, al menos dos problemas se hacen presentes (vale el equívoco sinonímico con la palabra "regalo" [don]). Uno, que si somos consecuentes con la propuesta misma de Lacan, no habría tal cosa como el “ser” del analista; no hay un predicado con el que se pueda calificar, a través del verbo ser, a ese sujeto. Dos, que, en esa medida, eso a lo cual se denomina psicoanalista responde a una función, un efecto de formación. Pero, ¿de qué tipo? En eso, ya desde Freud había un indicio, a saber, las formaciones del inconsciente. Si el analista es una función no esencial en el sentido constituyente de algún ser, y no responde a condiciones especulares de las identificaciones con ese significante, entonces, se nos pone de manifiesto que los psicoanalistas no son personas que andan por las calles, sino formaciones que se producen en la experiencia analítica por el trabajo de aquellos que devienen analizantes, quienes dirigen sus demandas a otros que, probablemente, han reconocido también, en su trabajo como analizantes, los efectos de la función del analista en el saber que se funda a través de la irrupción de las formaciones del inconsciente. Por tanto, decir “soy psicoanalista”, es un sofisma necesario para que se propicie la posibilidad de demandar a alguien, que puede ser cualquiera, una escucha ante el sufrimiento. Sin embargo, al desconocer su estatuto de sofisma, se corre el riesgo de creer que se es “eso”, en cuyo caso, la locura del infatuado, como equivalente de la identificación con el significante "psicoanalista", se prefigura como destino ineludible.

John James Gómez G.





[1] Coromines, Joan. Breve diccionario etimológico de la lengua española. Madrid: Editorial Gredos. 1973.
[2] Boch-Jacobsen, M. Lacan. El amo absoluto. Buenos Aires: Amorrortu Editores. 1995.

¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....